Si se admite que con cualquier actitud que se adopte se le hace siempre el juego a alguien, lo importante es buscar por todos los medios hacer bien el propio juego, esto es, de vencer netamente.

Antonio Gramsci

domingo, 28 de marzo de 2010

Trabajos Voluntarios, los cercanos límites de la voluntad


¿Qué son los trabajos voluntarios, sino romper por un momento reducido con la rutina de la vida propia para volcarse a una actividad que no trae otra retribución que la satisfacción de saberse, por un momento, un ser desinteresado en pos de ayudar a los otros?. Se trata de la consumación de una emoción, que nace al percibir una realidad que es necesario cambiar. Es poner en movimiento la voluntad de trabajar por ese cambio, tanto individual como colectiva. Una de las situaciones más propicias para el nacimiento y contagio de esta emoción es una situación de catástrofe como la que vivimos. Ayudar al que lo perdió todo, las vidas de sus seres queridos o buena parte de su patrimonio, aparece como una necesidad inmediata. Rápidamente se abren los canales para ayudar, pero con descoordinación y desorganización, cada uno apunta a lo que su interpretación inmediata le aconseja llevar a cabo, mediado por sus propios valores y respectiva su visión de mundo. Para muchos la reflexión ya está hecha, la justificación del acto es de sentido común, por tanto se ponen a disposición de los más organizados. Otros, en cambio, son incentivados a iniciar una reflexión a partir de los numerosos errores cometidos por distintos actores, especialmente ventilados por los medios de comunicación, y se sienten obligados a rechazar el activismo para buscar la mejor forma de utilizar sus sobrevaloradas capacidades. Los más llamados a actuar son los jóvenes, su desocupación y ausencia de responsabilidades los hace sujetos idóneos para entregar su tiempo a la causa solidaria de la reconstrucción del país. Sin embargo ya con esta sola operación se enaltece al sujeto privilegiado, aquel que no tiene que trabajar para vivir. Asimismo, en contraparte, se reduce y oculta el papel del verdadero constructor y reconstructor del país, aquellos que trabajan día a día. A ellos se les relega a la entrega del impersonal, frío y homogéneo dinero.

En términos generales, un trabajo voluntario se entiende más o menos de esta forma, pero para no caer inmediatamente en los límites de análisis que nos establece la ideología imperante, es necesario ubicar el acto de hacer un voluntariado en la sociedad concreta en la que vivimos, que en nuestro caso es la república de Chicle. Hoy vivimos en una sociedad neoliberal que afronta su primera catástrofe natural a nivel nacional. Regida por el más indolente individualismo sumado a una de las distribuciones de la riqueza más desiguales del mundo. Un país que no produce mucho más que concentrado de cobre, celulosa y harina de pescado.

Los trabajos voluntarios en el contexto del terremoto

La situación actual trae consigo particularidades que hacen algo diferente a un trabajo voluntario antes del 27 de febrero y después del mismo. Una sociedad que carece de toda solidaridad -entendida como un modo de relacionarse cotidianamente con los pares- necesita su espacio periódico de caridad para sentir que todavía le queda algo de humana, calmando la conciencia de algunos y conmoviendo la de otros. En un estado de cosas donde velar por el propio interés y de los cercanos es norma y ley, la caridad es una acción que aparece puntual y extraordinaria. Empapados de ese modo de pensar, romper ese esquema es un acto de filantropía, de magnanimidad. Seguir en la apatía cuando, condicionados por la situación, todos están ávidos de redimirse aparece como una incomodidad, casi una vergüenza.

El carácter de los trabajos voluntarios es bien reconocible, pero se hace más evidente producto de la selectividad de los daños ocasionados por el terremoto. Siempre se trata de sectores geográficos y sociales que se trasladan de su espacio de vida para ayudar en otros lugares y a personas con distintas condiciones de vida. Este aspecto también es propio de la sociedad en la que vivimos, ya que en una sociedad igualitaria la solidaridad que se ejercería producto de una catástrofe natural sería en su mayor medida local, producto de las propias organizaciones populares y territoriales. Si la nuestra fuese una sociedad igualitaria ni los recursos ni el tiempo de trabajo tendrían que venir de otro lado, ya que no se encontraría concentrado.

En nuestro país, el aparato estatal no tiene capacidad para intervenir ni administrar socialmente casi nada, mucho menos una situación producto de un terremoto. De lo que si puede presumir es de su gran capacidad represiva y de orden, todas éstas características del modelo neoliberal actual. En este contexto el trabajo voluntario se convierte en un parche a las deficiencias del mismo, en un poco “hacerle la pega”, en el caso del ejemplo analizado, a una municipalidad que no tiene mayor capacidad de resolver las necesidades y demandas de la población. Pero no se trata tampoco de que por una razón como ésta se paralicen los voluntariados. Está más que demostrado en la historia, que las penurias materiales no producen directamente una revuelta social ni mucho menos una politización de los afectados, muchas veces sucede todo lo contrario, se descompone aun más la organización social de base.

Muy ligado a este punto se encuentra, además, el archimencionado carácter asistencialista de los voluntariados, el cual siempre se trata de superar desde sectores progresistas. Del mismo modo, tampoco por considerar que el asistencialismo descompone la organización y produce dependencia, análisis que es en buena parte cierto, se debe caer en el otro extremo. Los seres humanos y grupos sociales a los cuales se les ha negado todo a través del tiempo y que hoy además pierden sus pocos bienes materiales o espirituales producto del terremoto necesitan asistencia, de hecho, todos necesitamos en alguna medida de asistencia. Muchas veces, primero, hay que comer, vestirse, tener un techo, estar sano, para luego organizarse y luchar, lo que también se cumple dialécticamente, en sentido contrario, también luchamos para comer, vestirnos y tener techo. Todo depende de la situación concreta en que estemos insertos.

Aún cuando tenemos un Estado con incapacidad humana y de organización para responder ante la situación, tampoco es característica del mismo estar dispuesto a financiar, incluso a través del mismo mercado, las labores de reconstrucción. El gasto público es una herejía para los gobiernos neoliberales, por tanto, las municipalidades tampoco cuentan con presupuestos para, por ejemplo, ofrecer trabajo temporal a las personas de las mismas localidades afectadas. Justamente, otro efecto perverso del voluntariado se muestra cuando éste se combina con una localidad que ha perdido buena parte de sus fuentes de trabajo producto del terremoto, como es el caso de los pescadores artesanales, o a causa de daños en fábricas u otros bienes de capital, etcétera, formándose el siguiente cuadro: viene un equipo voluntario de “remoción de escombros” a una localidad que tiene buena parte de sus jefes de hogar sin ninguna fuente de ingresos autónoma. En vez de que el Estado organice a los desempleados haciéndolos trabajar a ellos mismos en la remoción de escombros de su propio pueblo, dándoles así los medios de vida y hasta una capacidad de ahorro para reconvertirse a otra rama productiva o reconstruir sus herramientas, se les impone una acción de voluntariado porque “lo necesitan” excluyéndolos de inmediato de participar en la limpieza del pueblo, su única opción aparece luego como ser sumados a las iniciativas de los voluntarios cuando no derechamente cooptados. Se remite a los afectados a mero objeto de asistencia o, en el mejor de los casos, a subordinado de la organización voluntaria. Todo esto por no permitir una sola alteración en las fuerzas del mercado en la dirección de la sociedad.

Otro cuadro que raya en lo patético, pero que encaja perfecto en el modelo actual de nuestra sociedad, es la licitación de todo esfuerzo de contención y reconstrucción. El Estado se reúne con las grandes cadenas de supermercados para conseguir bienes de primera necesidad para distribuir, transformándose la ayuda en un negocio y ¡tampoco se avergüenza de licitar las viviendas de emergencia! La municipalidad de Tirúa, que es el caso que viví en la práctica, apoya a Un Techo para Chile para que construya mediaguas a los damnificados por el terremoto –la gran parte del dinero de la teletón va con el mismo fin-, transformando la ayuda en tal vez no pura ganancia monetaria, pero ganancia al fin y al cabo para subvencionar mediante dineros públicos a proyectos asociados a ideologías particulares y sectas religiosas.

Un equipo de voluntariado

Ahora, también dentro de los equipos de voluntariado ocurren fenómenos que vale la pena analizar. Se trata de las mismas reflexiones y análisis que hacen los voluntarios sobre su acción y las consecuencias que acarrea la misma. Por un lado el voluntarismo, o falsa apreciación de la realidad a causa de la limitada visión subjetiva, y por el otro, la falta de conciencia política. El voluntarismo se expresa en las expectativas que se van creando desde el propio grupo de voluntarios para con los efectos reales de su labor. Por ejemplo, el hecho de que un equipo de remoción de escombros entienda su labor como de reconstrucción de la localidad donde trabaja ya es un síntoma. Pero luego, promovido por la energía desplegada y la poca capacidad de canalizarla, se cae en propuestas megalómanas carentes de todo análisis concreto de la situación. Aun cuando se trate de un pueblo pequeño, pensar que un grupo de voluntarios puede, con una inserción en el mismo de aproximadamente dos días, lograr movilizar a todo el pueblo para que voluntariamente trabaje por la “reconstrucción” de su propio lugar de vida, es a lo menos, ingenuo. Un análisis de las condiciones en que se encuentran las relaciones de las personas dentro de ese pueblo, o el sólo hecho de hablar con las personas, lleva a la apreciación del estado de desintegración del tejido social. Una condición generalizada en el Chile neoliberal. Todas las personas se entienden en un grupo y desconfían de todo el resto de grupos con los que se diferencian. Los no damnificados en sus viviendas pero si en su fuente de trabajo dicen que han sido desamparados y se ayuda demasiado a los damnificados en sus viviendas. Los damnificados con vivienda dicen que toda la ayuda la reciben los campamentos. Otros se quejan de que toda la ayuda la han recibido los pescadores. Los miembros de una junta de vecinos aseguran que toda la ayuda ha sido acaparada por los presidentes de las mismas (con testimonios que dicen que hay gente que tiene comida para años). Los ciudadanos que culpan al alcalde de repartir a diestra y siniestra las primeras ayudas, sin llevar un control de si se le estaba dando a gente que lo necesitaba o no. La gente “decente” que tiene innumerables testimonios de los “aprovechadores”. Los pescadores que dicen que les dieron un poco, pero que ya no tienen para comer porque sus botes quedaron destruidos. Los cesantes que buscan desesperadamente ayuda y nuevos empleos para sustentar a su familia. Los pobres de los cerros que no fueron muy afectados pero ya de un principio tenían necesidades muchas veces más apremiantes que los damnificados, etcétera, etcétera.

Con un somero panorama de la situación se puede entender que la mayoría de las personas desconfía del Otro y además tiene y ya tenía muchos problemas para pensar en ayudar a los demás, de los cuales tampoco ha recibido nunca mucha ayuda. Es una especie de círculo vicioso. Al no analizar esta situación, en el ejemplo de Tirúa, se gastan cuantiosas energías de voluntarios en la difusión de una campaña de ayuda de los vecinos a los vecinos. Los compañeros se generan expectativas rápidamente defraudadas. El saldo es una cantidad de voluntarios entre la gente del pueblo que se cuenta con los dedos de una mano y un día de potencial trabajo desperdiciado. Si las personas no confían en el vecino ¿por qué habrían de hacerlo con los aparecidos voluntarios?

El segundo fenómeno, la falta de conciencia política, lleva a reducir las posibilidades de acción. El único objetivo de la intervención en la localidad se reduce a tratar de que la “gente” se organice y coopere en la ayuda a sus mismos vecinos. Todo esto porque es bueno. Así se deja de ver, por ejemplo, el hecho de que los habitantes y los voluntarios tienen que remover los cuantiosos escombros a mano y con la ayuda de herramientas como palas y chuzos, cuando la sociedad opulenta en la que vivimos cuenta con maquinaria pesada para hacer ese trabajo, en tiempos astronómicamente inferiores, pero las cuales se encuentran ociosas y apiladas en los “stocks” de las empresas que las comercializan, esperando a alguien que tenga el dinero para comprarlas. O también esas mismas máquinas ocupadas en otras zonas geográficas y al mando e interés de otros sectores sociales. Un trabajador que perdió su casa, tiene que seguir trabajando con su retroescabadora para construir el último mall. Al mismo tiempo todos los habitantes tienen que pagar elevadísimos impuestos al consumo (impuesto regresivo) y trabajan, por ejemplo, en la celulosa percibiendo sueldos mínimos al mismo tiempo que se engrosan las impresentables ganancias de los accionistas de tales industrias. Es decir, son ciudadanos en tanto que contribuyen con un fuerte tanto al presupuesto del Estado, a la vez que son explotados a rabiar por los dueños de las grandes empresas, pero se les niegan los derechos de disfrutar de los avances materiales de la sociedad, como por ejemplo contar con maquinaria pesada para limpiar los escombros de sus localidades y viviendas.

El punto no es que ante esta realidad adversa en numerosos sentidos nos quedemos en nuestras casas, sin hacer nada, sino reafirmar, en base a todos estos elementos, la hegemonía existente en la actualidad, construida por los empresarios y militares, sostenida y profundizada por los empresarios y los gobiernos de la concertación. Para revertir esta situación, abordando por ejemplo la reconstitución del tejido social y la organización popular de base, que fortalecida pudiera reaccionar de manera política y efectiva ante una situación como esta, no existen atajos. El voluntarismo no aporta más que a la misma descomposición organizativa que lo genera.

¿Trabajos voluntarios? Sí, pero conociendo sus cercanas limitaciones...de todos modos quién se queda en casa hace menos que nada.


Observaciones post scriptum:
1) Independiente del área de voluntariado, siempre existen más o menos, las mismas limitaciones. Por ejemplo, en el área de catastrar los daños de las viviendas y las necesidades inmediatas, la cual se desarrolló también en Tirúa (localidad en base a la cual hice estos apuntes), produjo en mayor o menor nivel una autocomplacencia en los voluntarios de estar haciendo una tarea “importante”. Lamentablemente, por las mismas razones antes mencionadas, la ayuda efectiva que llegue al incluso reducidísimo espectro de la población damnificada a la cual se catastro, es cercana a 0. Una persona catastrada lo tenía más que claro “Te voy a responder la encuesta pero yo sé que no va a servir para nada”...Un análisis mayor no se incluyó para no extender aun más el largo de este escrito.

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